Todo iba muy bien, en las últimas dos semanas había perdido bastante peso, me puso la dietista una dieta más estricta. Había llegado a 75,200 kg, toda la ropa me quedaba enorme. Fui de compras y compré un pantalón de la talla 44, algo que no recuerdo ni cuándo fue la última vez que utilicé esa talla. Estaba muy contenta y me apetecía publicarlo pero la organización de un viaje no me lo permitió.
Estaba un poco intranquila por irme cuatro días de viaje y no poder hacer dieta puesto que era un viaje concertado y comería en hoteles, restautantes y bares y así se lo comuniqué a la dietista, me dijo que no me preocupara que iba muy bien y que si cogía un kilo que pronto lo perdería.
Es cierto que he comido cosas bastante calóricas pero ni mucho menos me he atiborrado a comida, me he dado algún caprichito pero ilusa de mí creía que no ganaría mucho porque me pasaba todo el día caminando cocociendo ciudades y viendo monumentos.
De lo primero que hice al regresar fue pesarme y no salía de mi asombro al comprobar que en apenas cuatro días había engordado dos kilos.
Fue un jarro de agua fría, es duro ver que el esfuerzo de semanas lo he tirado a la borda en pocos días pero más duro es saber que nunca podré llevar una alimentación normal, que en cuanto me salga un poco de cosas sin calorías voy a coger peso.
Debería haberme ido pesando en las farmacias que encontré abiertas pero ni se me ocurrió, de haberlo hecho los tres o cuatro caprichos que me di los hubiera evitado.
Ahora a perder lo recuperado y a seguir perdiendo pero mucho más desanimada y es duro saber que no te puedes dar ni un capricho aunque hagas deporte.